«La madre de Isabella».
Las palabras salieron solas. No para herirla a ella. Para reventarme a mí mismo.
Vi a Victoria a mi lado, sus ojos habían sido un puto infierno hace unos segundos. Ahora se abrían, desorbitados. Horror. Confusión. La mezcla que yo conocía bien.
Mierda.
La había arrastrado como a una bolsa de basura, le había gritado como un cabrón. Y ahora le arrojaba mi pasado. Mi mierda. Como si fuera un chiste.
Las manos me temblaban en el volante. Era raro, no me temblaba nada nunca. Pero la imagen de Francisca seguía ahí, grabada en mis retinas. Sonriendo al lado de ese hijo de puta de Puccio.
Quería humillarme. Quería demostrar poder en mi territorio, y ella se prestaba al juego.
—¿Cómo se atreve? —murmuré.
Victoria no dijo nada más. Me miraba como si hubiera visto a un fantasma.
Recordé la escena cuando la saqué de mi casa. De mi vida.
Miraba por una ventana, con Isabella en brazos. Ella luchaba para que no la subieran al coche. Alessandro recibió una patada. Una escupid