Llegué al Dollhouse con la cabeza caliente. Alessandro me esperaba en la entrada.
—¿Dónde está? —le pregunté.
—Mesa del fondo. Llegó hace una hora, pidió una botella de Macallan y se instaló como si fuera suyo.
—¿Con cuántos?
—Dos. Caras nuevas.
Caminé hacia adentro. Los clientes me vieron de reojo, algunos reconocieron mi cara y se pusieron nerviosos. La música seguía sonando pero el ambiente cambió cuando me vieron pasar.
Puccio estaba exactamente donde Alessandro había dicho. Sentado cómodo, con una sonrisa que me dieron ganas de borrarle a piñas.
—Massimo —dijo cuando me acerqué. No se paró, no me saludó. Se quedó ahí sentado como si me estuviera haciendo un favor.
—Puccio.
—Siéntate. Tenemos que hablar.
—Hablo parado.
Se rió. Sus dos hombres me estudiaron, calculando. Uno tenía la mano cerca de la chaqueta.
—¿Dónde está Francisca? —le pregunté.
—¿Te preocupa?
—Contesta la pregunta.
—Francisca está donde tiene que estar.
Basura. Jugaba conmigo, me hacía preguntas en vez de respond