Tenerla conmigo a las dos, a las tres me borró un poco la angustia, las preocupaciones. Ver a Isabella sonreír con mi sobrina, la cara de asombro de mi hermana mirando la casa. Era respirar un poquito, permitirme ilusionarme de nuevo con otro Galli que venía en camino.
Normal, como una madre normal y no como la cabeza de una familia de mafiosos.
—Ustedes los ricos se dan buenos lujos —murmuró mi hermana.
Le di un codazo.
—Esto no es mío. Es de los Galli. Y si pudiera, lo dejaría todo.
—No puedes porque será de tu hijo también.
Ella puso los ojos en blanco y meneó la cabeza. En realidad, lo hubiera regalado todo sin dudarlo con tal de verlo cruzar la puerta.
Me ayudó a empacar. Miraba los vestidos que Massimo me había comprado con asombro, casi sin querer tocarlos. Las joyas, todo basura.
—¿Te dio todo esto? —preguntó volteándose con el juego de diamantes que me dio cuando fue su cumpleaños.
—Sí.
—¡Ay, Victoria! Ese hombre te amaba con locura.
Eso me partió al medio y me puse a llorar