Max
Apenas cerré la puerta de la oficina, sentí el peso de su mirada todavía sobre mí.
El sabor amargo de la pastilla no había llegado a tocar mi lengua del todo. La escondí debajo de la lengua, simulé que la tragaba, pero la escupiría después.
Me metí en el baño del pasillo, abrí la canilla, y la tiré sin dudarlo.
Vi cómo el agua se la llevaba.
Lucile no podía saberlo.
Si volvían las jaquecas, que así fuera. Me las merecía. Por haberle fallado. Por haber traicionado a mi esposa.
"¿A quién traicioné en realidad?"
Sacudí la cabeza, intentando que ese pensamiento se deshiciera. Pero no lo hizo.
Mi cuerpo me pedía volver al mausoleo. Al calor de esa mujer. A su voz. A su piel. A lo que me hacía sentir.
Pero mi mente, mi código de honor me pedía alejarme.
"¿Qué clase de hombre soy?"
Apoyé las manos en el borde del lavamanos y me miré al espejo.
El reflejo era el mismo de siempre. Firme. Sereno. O eso parecía.
Pero dentro de mí, todo estaba desordenado. Como un archivo quemado del que sól