Paulina
Me encontraba sola en la oficina, iluminada apenas por la luz cálida del escritorio.
Delante de mí, los archivos que el hombre de Lucas logró recuperar del disco duro del doctor se veían en la pantalla.
La mayoría estaban cifrados, llenos de códigos médicos y registros de pacientes que probablemente ya no estaban con vida.
Pero había nombres. Fechas. Lugares que me helaban la sangre.
Tragué saliva y me apoyé en el respaldo de la silla. No podía seguir. No sin respirar un poco.
Fue entonces que escuché los pasos bajando por la escalera. Eran ligeros, casi temerosos, y reconocí de inmediato esa forma dulce de caminar. Magda.
La vi aparecer en la puerta, abrazando su osito de peluche contra el pecho.
—¿No puedes dormir? —le pregunté con voz baja.
Negó con la cabeza. Sus ojitos estaban tristes, apagados. Se acercó despacio.
—¿Puedo quedarme contigo un rato?
—Claro que sí, mi amor —le dije, abriendo los brazos.
Subió a mi regazo sin decir una palabra y apoyó su cabecita contra m