Paulina
Estaba mirando a los niños cuando me entró la llamada.
El sol entraba por la ventana, dibujando líneas doradas sobre el piso. Afuera parecía un día cálido, sereno... como si el mundo insistiera en fingir normalidad.
Observaba a los niños. Los veía reír, jugar, perderse en su inocencia. Felices.
Ignorantes.
Ajenos a todo lo que pasaba más allá de estas paredes, su mundo era seguro.
Intacto.
El mío, en cambio, estaba hecho trizas.
Mi celular comenzó a sonar, ni siquiera miré la pantalla. Lo tomé y respondí con un tono que fingía calma.
—¿Sí?
—Señora Paulina, hubo una detonación en la mansión del señor Moreau —dijo Marta con la voz pausada, aunque podía notar el temblor que trataba de esconder.
Marta, una de las empleadas que había logrado colocar en la mansión para que, en caso de que las cámaras y micrófonos que instalé fallaran, ella fuera mis ojos y oídos en ese lugar.
Mi corazón se detuvo un segundo.
—¿Él está vivo? —pregunté con una sonrisa helada en mis labios.
No porque