AníbalAunque me lo negó... aunque juró que no iba a saltar, esa imagen seguía martillándome en la cabeza.Decidí ir a buscar a Pierre. Era lo correcto, ¿no? Informar. Avisar. "Tu esposa se fue a casa y no quiere compañía." Un protocolo simple. Un reporte nada más.Caminé hacia la mesa donde lo había visto por última vez, rodeado de sus socios y con la rubia oxigenada pegada al hombro. Pero ya no estaba ahí.Ni él. Ni ella.Fruncí el ceño. Me detuve, eché un vistazo a mi alrededor, escaneando las entradas y salidas del lugar. Fue entonces cuando lo vi.Ricardo.El jefe de seguridad y gorila personal de Pierre estaba de pie junto a una puerta discreta en el costado del restaurante. No tenía uniforme, sus brazos cruzados, su espalda recta y la mirada tensa lo delataban. Estaba custodiando algo.O a alguien.Me acerqué con paso firme. Él me vio venir, pero no se movió.—¿El señor Moreau está ahí? —pregunté, señalando con la barbilla hacia la puerta.Ricardo se encogió de hombros.—No s
PaulinaEstaba esperando a la señora Candance en el sillón de la sala de espera. Y aunque estaba nerviosa, tenía que mostrarme como la dama de alta clase que me habían enseñado a ser.Sentía la tensión en todo el cuerpo, pero me obligué a mantener la espalda recta y la sonrisa amable. Era la primera vez en mucho tiempo que me sentía como yo. Como la Paulina que había trabajado años para llegar a este tipo de entrevistas. La que soñaba con ver sus diseños en vitrinas como esta.A mi lado, Aníbal no decía nada. Permanecía de pie, como una sombra discreta, mirando al frente. Yo fingía que no lo notaba. Pero sabía que estaba tan atento a mi respiración como a las puertas que se abrían y cerraban.Cuando escuché los pasos venir, me alisé el vestido por instinto. Una mujer alta, delgada y elegante se acercó con una sonrisa amplia.—Señorita Salazar —dijo con entusiasmo—. ¡Qué placer conocerte al fin!Me puse de pie de inmediato y estreché su mano. La señora Candance era todo lo que imag
PaulinaEl auto se detuvo frente a la entrada y Aníbal me abrió la puerta. Ni lo miré. Me bajé con el cuerpo tenso, el estómago revuelto y una presión en el pecho que no se me iba desde la boutique.Entré directo, sin saludar a nadie, sin pasar por el salón. Subí las escaleras con pasos rápidos y medidos. Me metí en mi habitación, cerré la puerta y la trabé. No porque sirviera de algo. Solo porque necesitaba un gesto mínimo de control.Me quité el vestido con movimientos lentos. Cada músculo del cuerpo me dolía por dentro. Me metí al baño, abrí el agua caliente y me dejé envolver por el vapor. El sonido de la ducha me dio una tregua. Solo un rato.Lavé mi cuerpo como quien intenta borrar el día. Las manos me temblaban. No sabía si era por el miedo o por la impotencia.Salí envuelta en la toalla, con el cabello mojado y descalza. Abrí el ropero para vestirme cuando la puerta se abrió de golpe.La cerradura voló contra la pared.—¡¿Así que ahora me dejas solo?! —gritó Pierre, con los
Aníbal Llegamos a la casa cuando ya caía la noche. Paulina no dijo una palabra durante el viaje. Ni una. Se quedó en el asiento de atrás. Su cabeza apoyada contra la ventana y los ojos fijos en nada. Tenía la cara hinchada y sollozaba cada tanto.Yo no dije nada tampoco. No quería asustarla más. No quería romper ese silencio que, aunque dolía, era lo único que parecía soportable para ella.Apenas ella subió a su habitación, lo vi llegar.Mi jefe.Entró a paso tambaleante y los ojos vidriosos. Iba un poco pasado de tragos, pero no lo suficiente como para no saber lo que hacía.Me interpuse en su camino, intentando sonar casual.—Señor, ¿todo bien? ¿Desea que le prepare un café?Él me miró como si recién recordara que yo existía. Se rió por lo bajo, con una sonrisa torcida que nunca me gustó.—Ve a revisar los autos. El motor del mío hacía un ruido raro —dijo, sacudiendo la mano como quien espanta a un perro callejero.No discutí. Asentí, di media vuelta y salí por la puerta lateral.
PaulinaMe desperté sintiendo la garganta seca. Tenía la cara pegada a la almohada. Mi cuerpo estaba todavía entumecido.Abrí los ojos despacio. La luz del sol entraba por las cortinas, cálida, suave… y traicionera. Porque el día había llegado, y con él, la realidad.Me incorporé como pude, sin hacer ruido.Y lo vi.Aníbal estaba sentado en la silla. Tenía los codos apoyados en las rodillas, la cabeza inclinada hacia abajo.Parecía que no había dormido. O si lo hacía, lo hacía a medias. Su postura era tensa, como si incluso en el sueño necesitara estar listo para algo.Me quedé mirándolo unos segundos. Su presencia no me incomodaba… pero el miedo sí.—Aníbal —dije, con voz baja.Levantó la cabeza enseguida... como si hubiera estado esperando que hablara. Tenía las ojeras marcadas y el ceño fruncido. Me miró, se acercó despacio.—¿Estás bien? —preguntó, dando un paso hacia la cama.Asentí. Aunque no estaba bien. Pero no tenía fuerzas para repetirlo.—Tienes que irte —susurré—. Ya es d
Paulina—Bueno —habló el hombre, dirigiendo la mirada a Pierre—. Creo que ahora sí tiene algo que podría hacerme recapacitar sobre los negocios que me propuso, señor Moreno...El tipo me sonrió y se alejó con la misma elegancia con la que había llegado.Su perfume quedó flotando por un segundo. Su voz… aún resonaba en mis oídos.“Se ve hermosa, señorita.”—Es Moreau, imbécil —susurró mi esposo a mi lado.Pierre volvió a apretar mi rodilla con tanta fuerza que sentí las uñas clavarse. Su sonrisa seguía pintada para los demás, pero su voz, la que solo yo podía oír, se volvió hielo.—¿Quién mierda te crees para dejar que te salude así? —murmuró entre dientes—. ¿Crees que no lo noté? ¿Ese temblor en tu sonrisa? ¿Esa mirada lujuriosa?Yo no respondí.Tatiana, al lado, ni siquiera disimuló su risa.—Ay, Pierre, no seas tan duro con ella —susurró cerca de su oído, aunque lo suficiente alto para que yo escuchara—. Es joven, y no tiene esa parte de ti que tanto añora... Es normal que se le hum
Aníbal Me quedé firme junto a la columna, observando cómo la cena se transformaba en un espectáculo.Tatiana reía fuerte, demasiado cerca de Pierre. Paulina, en cambio, sonreía en automático, con esa mirada que yo ya conocía. Vacía. Desconectada. Como si se hubiera arrancado el alma para poder sobrevivir en ese cuerpo que solo le dolía.Y entonces lo vi.Max.Mi hermano.Apareció entre los invitados como si fuera parte del decorado: elegante, silencioso, con esa presencia que llenaba el aire sin hacer ruido. Los comensales lo reconocieron al instante. Algunos susurraban su nombre. Otros bajaban la mirada.Él no saludó a nadie.Fue directo a la mesa. A ella.Después de la escena, esperé a que se alejara lo suficiente antes de moverme. Dejé mi puesto junto a la puerta y crucé entre las mesas sin apuro, hasta alcanzarlo cerca del pasillo lateral, donde los mozos iban y venían con copas vacías.—¿Qué carajo estás haciendo? —le solté en cuanto estuve a su lado.Max ni se giró.—Observand
Paulina Abrí los ojos me di cuenta de que no estaba en mi habitación. Las paredes estaban pintadas de un blanco opaco. No habían cuadros... nada que hablara de quién había dormido allí antes. Me tomó unos segundos entender dónde estaba. Una de las habitaciones de servicio. Lo supe por el colchón delgado, la manta áspera, el olor a lavanda mezclado con jabón de ropa.Me incorporé con lentitud. El cuerpo me dolía, pero no como anoche. Sentí algo frío y suave en mi muñeca: un vendaje limpio. Otro en el costado. Miré la ropa: una camiseta grande de algodón y pantalones flojos. Nada mío. Alguien me había cambiado, limpiado las heridas.Tragué saliva.Sentí una oleada de vergüenza. Y también de desconcierto. No sabía si agradecer o esconderme más profundo en esa cama ajena. Pero no podía quedarme ahí. No quería quedarme encerrada. No sin saber dónde estaba él.Me puse de pie con cuidado, descalza. Encontré unas pantuflas al pie de la cama y caminé despacio hasta la puerta. Estaba ent