Paulina
El tiempo ya no tenía sentido.
No desde que Pierre empezó a hablar con esa voz suave que siempre venía antes del caos.
—Sé que ustedes tienen algo. Los he visto...
No respiré. No me atreví. Sentí cómo el frío se me subía por la espalda y me congelaba los hombros.
Aníbal, frente a nosotros, estaba quieto. Demasiado quieto...
Pierre nos miraba a los dos, con esa media sonrisa torcida, como si todo le resultara entretenido.
Como si disfrutara vernos ahí, atrapados.
Entonces Aníbal habló.
—Sí... ¿y qué? —dijo él, con una calma que no le conocía—. Tú no la quieres... ¿qué más te da?
Pierre rió. Una risa seca y corta, sin una gota de humor. Bajó la mirada un segundo, como si necesitara saborear lo que venía.
—Ah... qué valiente... —murmuró, sacando algo del bolsillo interior de su saco—. Qué... estúpido.
Y entonces lo vi. El arma.
Me paralicé. Ni siquiera recuerdo si respiraba.
—¡No! —grité al fin, cuando lo vi levantarla.
Pero no lo apuntó a Aníbal. Me apuntó a mí. Y por un segu