PaulinaEl tiempo ya no tenía sentido. No desde que Pierre empezó a hablar con esa voz suave que siempre venía antes del caos.—Sé que ustedes tienen algo. Los he visto...No respiré. No me atreví. Sentí cómo el frío se me subía por la espalda y me congelaba los hombros.Aníbal, frente a nosotros, estaba quieto. Demasiado quieto...Pierre nos miraba a los dos, con esa media sonrisa torcida, como si todo le resultara entretenido. Como si disfrutara vernos ahí, atrapados.Entonces Aníbal habló.—Sí... ¿y qué? —dijo él, con una calma que no le conocía—. Tú no la quieres... ¿qué más te da?Pierre rió. Una risa seca y corta, sin una gota de humor. Bajó la mirada un segundo, como si necesitara saborear lo que venía.—Ah... qué valiente... —murmuró, sacando algo del bolsillo interior de su saco—. Qué... estúpido.Y entonces lo vi. El arma.Me paralicé. Ni siquiera recuerdo si respiraba.—¡No! —grité al fin, cuando lo vi levantarla. Pero no lo apuntó a Aníbal. Me apuntó a mí. Y por un segu
MaxLa noche se tragaba el último rayo de sol.Oscura, espesa, perfecta para moverse sin ser visto.El motor del vehículo apenas murmuraba bajo nosotros mientras descendíamos por la colina hacia la propiedad de Moreau.Miré por la ventana. La casa se levantaba rodeada por muros altos y cámaras mal ubicadas. "Seguridad cara pero arrogante... e ineficiente." Pensaban que por tener dinero eran intocables. Error.Me tomó menos de cinco minutos hackear su sistema.—Perímetro limpio —dijo la voz de Lucas por el auricular—. En tres minutos entramos.Apreté los puños sobre las piernas. No era la primera vez que lideraba una operación como esta, pero había algo particular está vez.Aníbal.Se lo había prometido... para que él siguiera investigando al maldito desgraciado de Moreau.Nunca me gustó involucrarme con nadie fuera del negocio. Ni emocional, ni personalmente. Pero esta vez... era diferente. Esta vez era por él.Por mi hermano.—Listos —dije al equipo—. Entramos en silencio. Nadie di
Paulina Desperté viendo un techo que no reconocía.Otra vez.Mi primer pensamiento fue ese: "Estoy cansada de despertar en lugares que no son mi habitación."Abrí los ojos despacio. Las sábanas eran suaves. Blancas. Sin olor a podredumbre. Las cortinas dejaban pasar la luz del sol de la mañana, y el silencio... ese silencio era nuevo. No era tenso. No era una amenaza disfrazada. Era… simplemente silencio.Traté de incorporarme, pero el cuerpo no me acompañaba. Me sentía pesada, como si me hubieran vaciado la sangre y reemplazado por concreto.Mi garganta ardía. Mis labios estaban partidos. Había algo en mi brazo… una venda. Y mi vientre…Evité pensar en eso... no estaba lista.Giré un poco el rostro y fue ahí cuando lo vi. Un hombre de unos cincuenta años, de rostro amable y gesto tranquilo. Estaba sentado en un sillón.Tenía una tablet en el regazo y un estetoscopio colgando alrededor del cuello.Me vio despertar y se puso de pie con calma. No hizo ningún movimiento brusco. No m
MaxEntré en silencio. Ella estaba despierta.Acostada, la espalda apoyada contra las almohadas. Justo en ese momento le sonreía a Magda. Aunque aún se veía tan... delicada.Tan frágil.Tan jodidamente rota.Y aún así… hermosa.No de la forma superficial.Era otra cosa.La forma en que su mirada volvía, de a poco, a encontrar foco. La manera en que sostenía una taza con ambas manos como si fuera su salvavidas. Esa quietud que escondía un huracán.Era belleza en resistencia.Magda se levantó apenas me vio en la puerta. Supuse que quería dejar espacio. Pero justo cuando giraba hacia la salida, Paulina estiró los dedos y la tomó del borde del vestido."¿Me tiene miedo?" Me pregunté sin comprender su reacción."Claro que sí. Te tiene miedo, si eres un ogro gruñón y frío." Se burló mi conciencia.Y sí era sincero, yo también me temería.Era un desconocido. Un secuestrador, según su lógica. Y probablemente tenía razón.Me quedé quieto, cerca de la puerta, intentando no invadir.—Me alegro
Paulina El jardín estaba cubierto de flores blancas.No sé quién las puso ahí. No sé cuánto tiempo había pasado desde que abrí los ojos en esta casa... Ni cuántos había pasado en esa habitación sin atreverme a mirar por la ventana. Pero ahora estaba de pie, con un vestido negro sencillo que Magda y Sofía me ayudaron a ponerme.El aire olía a romero y lavanda. No había más personas que nosotras tres, el sacerdote y Max. Un silencio se estableció entre nosotros, uno que no era incómodo, sino sagrado.Aníbal.Mi guardián. El único que había visto más allá de las heridas y no preguntó, solo sostuvo. El único que, hasta el final, me miró con respeto.Las palabras del sacerdote se perdían en el viento. No podía mirarlo a él, ni a Max, que estaba justo al frente, con la mandíbula apretada y las manos detrás de la espalda.Me quedé parada, sintiéndome fuera de lugar y, al mismo tiempo, como si tuviera que estar ahí.Magda me tomó de la mano. Me sonrió con dulzura, como una madre que enti
MaxEntré en la cocina por rutina. Un espacio amplio y cálido. Magda estaba en la encimera, cortando fruta como de costumbre. Ya era parte del paisaje.Pero lo que no era parte del paisaje… lo que me sacudió el pecho… fue verla a ella después de tantos días encerrada.Paulina.De pie.Fuera de su habitación.Con el cabello trenzado sobre los hombros y un suéter que le quedaba un poco grande. Pero estaba de pie... Fuera de su habitación. Se movía por la cocina como si estuviera… buscando su lugar.El aire me cambió en los pulmones.Casi sonreí.Casi.No supe qué hacer o decir.¿Debía saludarla?¿Fingir que nada pasaba?¿Decirle que me alegraba de verla así?¿O simplemente hacerme el indiferente y seguir caminando?Opté por quedarme quieto. Siempre fue más fácil no moverme que arriesgarme a arruinar algo.Entonces, cuando notó mi presencia, la vi tensarse... pero enseguida tomó una taza, sirvió café… y caminó hacia mí.Tuve que apretar el mentón para no traicionarme con una sonrisa.Me
PaulinaEstaba sentada en mi lugar favorito de la habitación, ese que da justo a la ventana. Amaba la vista. El patio estaba muy bien cuidado. El verde del césped y las flores parecían brillar bajo la luz del sol. Tenía las piernas cruzadas y una manta sobre los hombros. "Hubiera traído una taza de té..." pensé arrepentida de haber salido corriendo de la cocina."Deberías haberte quedado... La comida se veía deliciosa... Y ni que hablar nuestro anfitrión..." Y ahí estaba otra vez mi conciencia. Hacia apenas unos días había vuelto a hablarme... Y aunque era un poco dura y pervertida... la extrañaba.Estaba tranquila. Ya no me sobresaltaba cada crujido de la casa. Bueno… casi.Tres golpes suaves sonaron en la puerta.Me puse tensa. El corazón se me apretó como un puño cerrado."Calma Popi..." —¿Paulina? —dijo una voz grave, pero tranquila—. Soy Max. ¿Puedo pasar?Respiré. Al menos no era un extraño. Y había preguntado antes de entrar. Me pareció un gesto pequeño, pero... me dolió e
MaxCerré la puerta despacio, con miedo de destruir la ilusión de lo que acababa de pasar.Apoyé la espalda contra la madera unos segundos. Respiré hondo. Me pasé una mano por la nuca y me di cuenta de que estaba transpirando."Dioses… me habló."Me pidió algo. A mí.Era solo un favor, nada más. Pero para mí… fue como si me hubiera dado las llaves de una parte de su mundo. Y eso… eso me descolocó.No sabía qué hacer con eso.Bajé las escaleras más lento de lo usual. Los pies pesados, la mente todavía colgada en esa habitación. Esa voz suave. Esa mirada que, por primera vez, no estaba llena de miedo. No del todo.Entré a mi oficina y cerré la puerta con llave. Me dejé caer en la silla frente al escritorio, abrí la computadora y la pantalla se encendió con mi sistema.Tecleé su nombre. No sé porque no lo hice antes...Paulina Salazar.La barra de búsqueda cargó con eficiencia. En segundos, apareció todo.Artículos de revistas. Portafolios digitales. Fotografías en eventos de moda. Entr