Paulina
La camioneta avanzaba por las calles como un animal silencioso y tenso, conteniendo la respiración en cada curva.
Iba en el asiento trasero, con el teléfono entre las manos, temblando de pura rabia.
Yina conducía, con los nudillos blancos de tanto apretar el volante. Sus ojos iban del camino al espejo retrovisor, como si esperara que alguien nos siguiera.
—Esto no es buena idea —dijo por cuarta vez—. Debimos esperar a Max. O al menos avisarle adónde íbamos.
—Benjamín ya lo habrá hecho —le respondí, sin dejar de mirar el teléfono. Los minutos avanzaban con crueldad—. Max vendrá. Solo necesito unos minutos... Necesito ver que los niños estén bien. Que este infierno tenga un fin.
Desde el asiento del copiloto, Sofía exhaló un suspiro leve, pero firme. Como si esa sola respiración pudiera sostenerla.
—¿Y si es una trampa? ¿Y si lo que quiere Pierre es precisamente separarnos?
—Obvio es una trampa, Sofi —le dije, apoyando la frente en la ventanilla—. Desde el momento en que se ll