Sofía
El momento en que Paulina cruzó esa sala fue como si el tiempo se detuviera.
Yina y yo estábamos en posición, escondidas detrás de una columna derruida, los dedos firmes en el gatillo, el corazón latiéndonos en la garganta.
Desde donde estábamos, podíamos ver a Pierre sonreír como si estuviera en el altar y no frente a su propia esposa, con tres niños atados a sus pies como ofrenda.
Me dolía el pecho de solo mirarlos. Max estaba furioso, Iris no paraba de temblar y Magda tenía la mirada fija en su mamá, como si se obligara a ser fuerte para no quebrarse.
Cuando René levantó a Max por el aire, vi cómo Yina se tensó. Su cuerpo entero pareció endurecerse, sus ojos se volvieron carbón encendido. No esperó mi señal.
—¡No! —gritó, y apretó el gatillo.
La bala atravesó el hombro del desgraciado y lo hizo caer de espaldas, soltando a nuestro pequeño.
Entonces todo fue caos.
Una puerta lateral se abrió de golpe y entró Rocío, junto a dos hombres armados.
Vi a Paulina forcejeando con