Max
Llegamos a la mansión en tiempo récord.
La camioneta apenas se detuvo cuando Paulina y yo saltamos de ella. Corrimos por el camino de piedra como si el suelo estuviera en llamas. Nadie dijo una palabra. Todos sabían a dónde íbamos.
A abrir esa maldita caja.
—¡Lucas! —grité mientras subía los escalones de dos en dos—. Tú, Yina y Sofía a la oficina ahora mismo. Los demás que continúen con la búsqueda.
—Sí, señor —dijo, comunicándose por los auriculares con los demás hombres.
Apenas llegué al ala dónde estaba mi oficina, corrí a la caja fuerte para sacar la llave.
Lucas la había encontrado en la casa del médico. Aquel hijo de puta que me “curó” de la memoria. El mismo que seguramente sabía más de mí que yo mismo.
Sofía, que traía en sus manos la caja, la dejó sobre el escritorio y dio un paso atrás. Observé el objeto un segundo. Sin marcas externas. Solo una cerradura mecánica y oxidada.
Paulina se detuvo junto a mí, intentando recuperar la respiración. La vi morderse el labio infer