Sofía
Lucas llegó puntual. No lo dudaba. Siempre fue así. Incluso ahora, que su mirada se escondía tras la sombra de algo que no podía, o no quería, decirme.
Subí al auto sin saludar más que con un leve “hola”. Él respondió igual, con un murmullo que apenas rozó mis oídos.
El silencio del auto nos envolvía, áspero y desesperante.
Lucas no hablaba, y yo tampoco tenía muchas palabras para ofrecerle.
Nos habíamos prometido las conversaciones que sabíamos que teníamos pendientes, pero la verdad era que ninguna de esas había llegado.
Así que hablamos de los niños.
—Magda se está adaptando —dije. Él frunció el ceño mientras mantenía la vista en el camino—. Es callada, pero atenta. Y Paulina… bueno, está dándole su espacio.
—¿Y Max? —preguntó en voz baja.
—Es un terremoto. Pero al menos ya no está intentando escapar del jardín.
Sonrió. Imaginaba perfectamente la escena.
—¿E… Iris?
Me tensé. Apenas perceptible, pero lo vio.
—Bien. Está más tranquila desde que Paulina volvió. Tiene una conex