Max
La vi a unos metros, parada contra la pared con el teléfono en la mano. Su rostro estaba tenso, la mandíbula apretada. No era difícil adivinar con quién hablaba.
Pierre.
Me acerqué sin que ella me viera venir. Exhaló por la nariz, frustrada por algo que él le dijo y apoyó la frente contra la pared unos segundos.
—El doctor está aquí —le dije con suavidad.
Paulina giró la cabeza hacia mí. Sus ojos estaban opacos, pero asintió sin decir palabra. Le respondió algo al infeliz de su marido y cortó.
Caminamos juntos, aunque había kilómetros de distancia entre nuestras miradas.
El médico nos esperaba junto a una puerta de vidrio esmerilado. Nos hizo pasar a su oficina sin decir mucho. Me pregunté cuántas veces habría dado noticias peores de las que íbamos a escuchar.
O tal vez esta sería la peor de todas... Definitivamente para mí, sea positiva o negativa, me partiría en dos.
Nos sentamos frente a su escritorio. Él revisó unas carpetas con lentitud, como si no supiera por dónde empezar.