Narrador
Magda se escapó mientras nadie miraba.
No fue difícil.
Uno de los hombres de su seguridad se distrajo hablando por teléfono y el otro estaba viendo algo en su reloj. Solo tuvo que caminar en silencio por el pasillo equivocado. El hospital era grande y blanco, con luces frías que hacían parecer que todo estaba en pausa.
Se detuvo frente a una sala de espera vacía, con sillas alineadas como si alguien muy aburrido las hubiera ordenado.
Se sentó en la que estaba más lejos de la puerta y abrazó sus piernas.
No lloraba.
No porque no quisiera, sino porque no sabía cómo hacerlo sin llamar la atención. Y quería estar sola por un rato.
Tenía miedo.
Su papá estaba herido.
Había visto la sangre. La camilla. El grito que soltó uno de los médicos. Su madre la había abrazado con fuerza, pero Magda había sentido que no era por amor, si no porque había demasiada gente mirando.
Estaba sola. Y así estaba mejor.
Hasta que entonces, un niño apareció desde el pasillo de enfrente.
Tenía el pelo o