Paulina
La casa me recibió en total silencio. Y, por un segundo, agradecí eso.
Rupert me abrió la puerta apenas llegué. Me miró con respeto y la discreta preocupación que le conocía bien.
—¿Sofía? —pregunté, entregándole el abrigo.
—Salió hace un rato —respondió—. No dijo a dónde, pero prometió volver pronto.
—¿Iris?
—En su habitación. Jugando. Está bien.
Asentí. Subí las escaleras despacio, sintiendo cómo cada paso me alejaba del mundo real y me acercaba a lo único que todavía tenía sentido.
Abrí la puerta de su habitación.
Ella estaba sentada en su cama, rodeada de libros y peluches. Se le veía mejor. Tal vez eran las luces suaves del cuarto, o simplemente el hecho de estar en casa, en ese lugar donde sabía que era amada.
Jugaba con sus muñecas. Sonreía. Y esa pequeña sonrisa, tan suya, fue suficiente para calmar un poco la tormenta que me invadía.
Entré a mi habitación, me enjuagué rápidamente, me cambié de ropa y pasé por el área de desinfección. Tal como lo prometí, tendría hasta