Cassius entró en la habitación sin tocar, como un relámpago con voz infantil, ojos grandes y confundidos. Sus pies descalzos hicieron un leve sonido contra el mármol frío del hotel. Austin aún no se había cubierto por completo, aunque ya tenía los pantalones puestos, y Celine apenas alcanzó a enrollarse la sábana blanca sobre el cuerpo desnudo.
-¡Mamá! —gritó el niño con voz entrecortada, clavando los ojos en la escena—. ¿Qué están haciendo? ¿Por qué Austin está en tu cama y sin camisa?
Austin se giró en seco, el corazón latiéndole con fuerza.
—Cassius… —empezó a decir, pero el niño lo interrumpió.
—¡Tú no eres mi amigo! ¡Tú estás besando a mi mamá como los novios! —Cassius dio un paso atrás, sus ojitos se llenaron de lágrimas—. ¡Se lo voy a decir a mi papá! ¡Tú estás robándote a mi mamá!
—Cassius, por favor, no… —Celine se levantó con la sábana rodeándole el cuerpo, descalza, sintiéndose como la peor madre del universo—. No es lo que parece, hijo. Escúchame…
—¡No quiero escucharte! —