ALEX GARCÍA
Después de lo ocurrido en la escuela no pude sacarme de la cabeza a Santiago y la manera en la que me veía. Cada vez que estábamos tan cerca era como si el aire se volviera más denso, como si a mi corazón le costara latir y se desesperara.
—¿Hermana, todo bien? —me preguntó la madre superiora arqueando una ceja.
—Sí, todo bien —respondí con una sonrisa de esas que cuestan mantenerlas.
—Interesante, entonces… ¿podría cargar al niño de manera correcta y alimentarlo? —preguntó torciendo los ojos.
Bajé la atención hacia el pequeño que acunaba, efectivamente lo tenía de cabeza. Cuando me asomé, el niño comenzó a reír divertido, ya tenía la cara roja. Lo acomodé en mis brazos y le acerqué el biberón al que de inmediato se prensó.
Al salir de la escuela había acompañado a la madre superiora al área de pediatría en el hospital. Había niños sin hogar que estaban enfermos y necesitaban tratamientos especiales antes de ser enviados al orfanato. Era sorprendente darse cuenta de cu