JULIA RODRÍGUEZ
De manera disimulada pateé la caja con el vestido debajo de uno de los sofás, mientras esa maldita mujer veía todo con esos ojos críticos. Era obvio que todavía no decía palabra alguna y ya me estaba juzgando.
—Rafael habla maravillas de ti y de cómo fuiste lo mejor que le pudo pasar a Santiago —dijo sin siquiera voltear a verme—. Inteligente, artística y bonita.
—El señor Castañeda siempre tan gentil —respondí esforzándome por sonreír, pero tenía las mejillas tensas.
Por fin Carmen volteó a verme. Su gesto era rígido. Sus ojos irradiaban desprecio, pero sonreía como si con eso pudiera esconder su podrida alma.&