JULIA RODRÍGUEZ
Algo me hizo abrir los ojos, una tensión en el ambiente, ese presentimiento de que algo estaba mal. Me levanté de la cama y me asomé por la ventana, apenas levantando un poco la cortina, el jardín parecía tranquilo, entorné los ojos buscando entre las sombras cuando la oscuridad se hizo más profunda. Los faros que lo iluminaban se habían apagado. Giré los ojos hacia la pequeña lámpara de al lado. Tiré del interruptor y la luz nunca se encendió. La mansión se había quedado sin luz.
De inmediato sentí mi estómago retorcerse. De pronto escuché un breve silbido, me alejé, pero no lo suficientemente rápido, pues algo entró por el cristal de la ventana, quebrándolo, y abriéndome una herida en la mejilla antes de que cayera al piso de sentón.
Con el corazón acelerado, posé mi mano sobre mi herida, la sangre caliente y pegajosa escurría hasta mi mentón. No grité, no lloré, solo me arrastré, cuidando que mi cabeza no se asomara lo suficiente para que me la volaran. Metí la man