LILIANA CASTILLO
—Eres una mujercita muy valiente, no solo por lo que hiciste en la mansión, sino por plantarte frente a mí y pedirme que tolere a ese mal nacido —susurró con ternura, haciéndome reír entre lágrimas.
—Si te consuela de alguna manera, él ni siquiera es tu hermano —agregué levantando la mirada hacia él. Su expresión me decía todo. No estaba sorprendido, pero sí triste—. Hubo un hombre antes de Rafael, se llamaba Manuel. Militar, el amor verdadero de Alondra, tu padre.
Santiago se quedó en silencio, con las manos en los bolsillos y la mirada perdida.
—Me lo imaginé… —susurró con melancolía—. Nunca sentí una verdadera conexión con Rafael. Me consuela saber que su sangre podrida no corre por mis venas.
—Manuel era un buen hombre, alegre, divertido y muy dulce con tu madre. Siempre la sacaba a bailar bajo la lluvia mientras le cantaba alguna canción de amor —dije con añoranza, mientras la mirada confundida de Santiago buscaba respuestas.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó pellizc