LILIANA CASTILLO
«Pendejos, a ver si muy chingones», pensé mientras caminaba llena de seguridad hacia la puerta que llevaba hacia el garaje. Se estaban escondiendo en el jardín, como ratas. Era hora de iluminarlo todo.
Entré al garaje y tomé toda la estopa que encontré para hacer una tira larga la cual metí en el tanque de gasolina del auto de Matt. Esperaba que algún día me perdonara. Atoré un tubo entre el acelerador y el asiento, haciendo que el auto comenzara a gruñir con ferocidad. Cuando me estaba preguntando qué tan rápida tenía que ser para quitar el freno de mano y correr a encender la estopa que colgaba del tanque de gasolina, levanté la mirada y vi a Santiago del otro lado, jugando con un encendedor mientras me dedicaba una sonrisa.
—Cuando tú digas… —susurró jugando con la flama.
Compartí su sonrisa y asentí con la cabeza al mismo tiempo que quitaba el freno del auto. Este aceleró con violencia, rompiendo la puerta del garaje, partiéndola por la mitad mientras salía fre