JULIA RODRÍGUEZ
Sin pensarlo dos veces y tal vez arriesgándome demasiado, lo empujé, apoyando mis dos manos en su pecho y cerrando la puerta detrás de mí. El pánico de que alguien pudiera escuchar nuestra conversación me embargaba.
No pude evitar percatarme que sus pectorales eran duros como una roca y al tenerlo más cerca noté que su rostro tenía una simetría perfecta y armónica. Todo en él era un equilibrio entre belleza y virilidad. Sin músculos voluminosos, pero sí definidos y fuertes, sin mandíbulas cuadradas y tensas, pero un mentón afilado que reafirmaba su apariencia astuta e inteligente. Era guapo, demasiado, y eso lo volvía aún más peligroso.
—Vayamos a otro lugar para hab