JULIA RODRÍGUEZ
Saqué mi teléfono del bolsillo para darme cuenta de que no tenía señal. Fruncí el ceño, desconcertada y en silencio se lo mostré a Matthew. Su rostro se ensombreció y manteniendo el silencio me señaló con la mirada el cuarto de Mateo. Supe muy bien a qué se refería. Cuando pasé por su lado, me detuvo sosteniéndome del brazo.
—¿Dónde guarda sus armas tu esposo? —preguntó torciendo los ojos con fastidio, como si mencionar de alguna manera a Santiago le causara náuseas.
—En la habitación principal hay una Colt calibre 38 —susurré con el corazón acelerado—. En el clóset, dentro de una caja de madera.
Asintió antes de alejarse. Por un momento me quedé estática sintiendo que el estómago se me encogía. En todos mis años siendo la esposa de un narcotraficante, nunca me había enfrentado a nada parecido.
Corrí hacia la habitación de mi bebé, dormía tranquilamente, ajeno a lo que estaba ocurriendo de manera silenciosa. Me acerqué a él para envolverlo en su cobija. Adormilado s