SANTIAGO CASTAÑEDA
Me quedé pasmado, viéndola llorar y sin saber cómo consolarla. Lo había dicho antes, no tenía a nadie y la única persona que le quedaba la había asesinado hacía muchos años. Solo fue necesario que alguien descubriera mi apodo para que Alex se diera cuenta de que el mafioso carismático y sonriente era el mismo monstruo que le había arrebatado un poco de lo que tenía y que la hacía sentir viva.
Era algo que tarde o temprano saldría a la luz y no estaba preparado para afrontar. ¿Qué tan mala suerte debía de tener para perder la cabeza por la amiga de la mujer que me hirió tan profundo y a la que maté de la manera más brutal que se me ocurrió? ¿Era karma?
Con la espalda apoyada en la pared, resbaló hasta el piso mientras se abrazaba a sí misma sin dejar de llorar.
—Al principio… cuando oí a esos hombres llamarte así, simplemente no conecté los puntos —dijo entre sollozos. La mujer fuerte y rebelde que había conocido se había reducido a una niña con miedo y un dolor mu