LILIANA CASTILLO
«Corre, corre, corre…», repetía mientras a los pocos metros ya estaba jadeando. ¡Dios! No tenía condición física para esto, el corazón se me estaba saliendo por la garganta, en cualquier momento lo iba a vomitar. Pegué la espalda en la pared y con una mano sobre mi pecho agitado, volteé hacia el par de hombres que me perseguían, ¡estaban muy cerca!
Cerré los ojos y me emberrinché, aun así, seguí corriendo, pero sabía que no lo haría por mucho tiempo, mis piernas se estaban acalambrando y mis pulmones ardían. ¡Nunca fui buena en deportes! ¡Me escondía en la clase de educación física!, y he de admitir que siempre buscaba un buen lugar para espiar a Santiago, siempre mostrándose como todo un Dios azteca, atlético y con sonrisa arrogante. ¡Maldito! ¡Por qué resultó mayate!
Y por no ir enfocada en mi huida terminé chocando con alguien y no solo eso, tirando el par de cafés que llevaba en las manos.
—¡Lo siento! —exclamé aterrorizada, sin saber si seguir corriendo o ayudar