SANTIAGO CASTAÑEDA
—Creo que perdí mi collar —dijo Julia paseando sus manos por su cuello mientras sus ojos se movían por la mesa.
—No lo perdiste, te lo robaron. Después lo recupero. —La tomé del brazo y la alejé de ahí, llevándola a un lugar apartado donde nadie nos pudiera escuchar. Desde ahí pude ver la cruel escena. De pronto todo el aprecio y cariño que sentía por mi padre volvía a estar en el piso, como cuando era niño y lo veía por primera vez ser cruel con el corazón de mi madre.
Ahí estaba entre la gente, con Carmen a su lado, acariciando su brazo, acomodando la solapa de su saco, susurrándole cosas al oído que lo hacían sonreír, del otro lado mi madre, con la mirada clavada en el piso, el gesto serio, manteniéndose de pie, pero cayéndose a pedazos como lo hacía en el pasado.
Pensamos que el pasado de papá había quedado sepultado y escondido. Que no regresaría, pero siempre vuelve.
Mi papá fue infiel por mero placer, por creer que era demasiado hombre para tener una sola