SANTIAGO CASTAÑEDA
Levanté el puño para tocar, me arrepentí.
Quise empujar la puerta, me arrepentí.
¡Era un maldito mafioso! ¡¿Cómo es que me dignaba a no entrar en ese maldito baño?!
Me ajusté la corbata y cuando estaba dispuesto a entrar, la puerta se volvió a abrir, esta vez era una mujer joven, con una melena negra abundante y ojos esmeralda adornados con sombras y rímel. Abrió los ojos con sorpresa, sus mejillas se sonrojaron, pero de inmediato agachó la mirada y pasó, por un lado.
—Disculpe, señor —susurró por lo bajo mientras yo la dejaba pasar con impaciencia, pero algo, una clase de incertidumbre ya había puncionado mi corazón.
Volví a apoyar mi mano en la puerta, dispuesto a entrar, cuando mis músculos se tensaron, congelándome. Mi mente rebobinó el momento, sus ojos, sus rasgos, su voz. Volteé hacia el pasillo que llevaba hacia la reunión para ver esa figura esbelta contoneándose con seguridad. Antes de incorporarse al resto del festejo, volteó hacia atrás, como si aún sin