JULIA RODRÍGUEZ
—Vaya… —escuché a Santiago. Cuando volteé hacia él, se encontraba en el marco de la cocina, con los hombros caídos y la mandíbula desencajada—. ¿Qué pasó aquí?
—Santiago —dijo Lily y de inmediato se sonrojó al verlo ahí, con su abdomen perfecto y pectorales en lo que podrías romper una nuez.
—Nada, no pasó absolutamente nada —refunfuñé agarrando el plato de fruta picada e intentando pasar por su lado—. Quítate, gordito.
—¿Gordito? ¿Le llamas «gordito» a este dios azteca? —preguntó indignado antes de que le pellizcara la panza, haciéndole pegar un salto hacia atrás—. Eso no significa nada. Todos tenemos piel de sobra.
—¿Piel de sobra? —pregunté torciendo los ojos—. Se le llama «cuerpo de señor», lo adquieres después del primer hijo.
Entornó los ojos mientras frotaba sus manos en su abdomen y levantaba una ceja.
—No es cuerpo de señor, solo que estoy comenzando a cubrir mis hermosos abdominales con una fina capa de grasa para protegerlos, eso es todo —agregó con confi