MATTHEW GRAYSON
Escuché gritos y reclamaciones, pero sonaban distantes y sordas, apenas y podía distinguir palabras mientras mis ojos estaban fijos en el cielo y un dolor punzante se hacía cada vez más grande en mi boca.
Había pasado de probar el cielo y sentir el ardor del infierno.
—¡Jefe! —exclamó Carl corriendo hacia mí y ayudándome a levantar. Entonces lo vi, el esposo de Julia frente a mí.
—Ya me la debías… ¿Recuerdas el día de la cafetería? No te hice nada porque Julia no lo permitió, pero ahora estás en mi territorio y no me pienso guardar nada —refunfuñó apretando los puños y acercándose con las mandíbulas tensas.
—¡Santiago! —exclamó Julia y se puso en medio—. Por favor, no hagas esto, no necesito un escándalo más grande.
—¿Más grande? Ahora tus trabajadores creerán que me eres infiel con ese pinche gringo… —dijo Santiago sorprendido de la petición de Julia—. Tengo que dejar en claro quien manda.
—Santiago, por favor… —susurró Julia con los ojos llorosos—. No lo lastime