JULIA RODRÍGUEZ
Después de lo ocurrido con Lily, Mateo durmió con nosotros, con sus manitas aferradas a Santiago como si temiera que en cualquier momento fuera a desaparecer de su vida. Aunque logramos consolarlo y decirle que él siempre sería su padre, no fue suficiente, ya no. La verdad comenzaba a abrirse paso en su pecho.
Me levanté de madrugada, sintiendo que el peso en mi pecho no me dejaba respirar. Avancé hacia mi cueva, ese lugar que durante cinco años se había convertido en mi refugio. Las computadoras arruinadas aún seguían ahí, en el piso algunos dibujos, aguados como sopa. Nada servía y era duro de pensarlo así, porque todo ahí era una parte importante de mí, era como decir que mis riñones o mi hígado habían dejado de funcionar, incluso peor, porque mi trabajo y mi arte eran partes importantes de mi alma.
—Tenía miedo… —dijo Lily a mis espaldas, tomándome por sorpresa—. Yo… no quise… es que…
—Yo nunca te hice nada malo —la interrumpí viéndola con ojos llorosos—. Nunca t