En el edificio principal del grupo Fernández, en pleno corazón financiero de la ciudad, ardía en murmullo. Algo no iba bien. Lo sabían los empleados, los asistentes, y los abogados.
El pasillo estaba tenso. Los rostros fruncidos. Y en el piso treinta, en la sala de juntas blindada, Miguel Fernández se quitaba las gafas con gesto cansado.
— Esto no es una simple auditoría — murmuró él —. Infiltración… Y alguien desde adentro de nuestra propia empresa lo facilitó.
—¿Qué clase de infiltración?—preguntó Sebastián, sentado frente a él, vestido con un traje oscuro y mirada aguda.
Miguel Fernández dudó unos segundos antes de hablar.
Él era demasiado orgulloso, para pedir ayuda, nunca lo había hecho, y estaba seguro de que nunca lo haría, eso le pesaba, pero en ese momento, no era conveniente ocultar la verdad.
— La información confidencial del proyecto con el gobierno fue robada. Nos acusan de sobreprecio, de evasión fiscal. Alguien está tratando de sabotearnos. Alguien quiere d