La finca Gallardo despertó temprano esa mañana. No por el canto de los pájaros, ni por la luz dorada que atravesaba los ventanales, sino por el eco contenido de una decisión irrevocable.
Isabella, con el cabello aún húmedo de la ducha, vestía ropa táctica negra, con detalles discretos del escudo de Tormenta del Desierto en una manga. Sebastián ya había dado las órdenes durante la madrugada. Dos jets privados estaban en ruta: uno rumbo a Bruselas, el otro hacia un punto ciego en la frontera de Suecia y Noruega. En la sala principal, Rayan y Fabio revisaban mapas satelitales en una pantalla de proyección portátil. Karina, con un auricular en el oído, actualizaba comunicaciones desde el centro de operaciones remoto. Vanessa Mora hablaba en alemán por teléfono, confirmando contactos seguros. La finca entera se había transformado en un centro de inteligencia provisional. —El movimiento será en dos frentes —explicó Sebastián m