El equipo de emergencia llegó de inmediato. Con el cuerpo cubierto de sangre, Álvaro fue trasladado de urgencia a la sala de reanimación. Sus abuelos lo siguieron entre sollozos, sus rostros empapados de lágrimas.
En cambio, Kian no los acompañó. Observó cómo se llevaban a Álvaro y, en lugar de seguirlos, regresó al interior de la habitación.
Gabriela, deshecha, se mantenía apoyada contra la pared. Sus dedos goteaban sangre de Álvaro, que caía con lentitud al piso. Kian avanzó con pasos firmes y sacó una pistola de su cintura. Sin vacilar, la amartilló y dirigió el cañón contra ella.
—¡Kian!
Una figura esbelta apareció de golpe y se interpuso con los brazos extendidos para proteger a Gabriela.
—¡Laura, hazte a un lado! —bramó Kian—. No importa el precio que tenga que pagar, voy a acabar con esta maldita… ¡la mataré ahora mismo!
—¡La vida o la muerte de ella solo la decide el señor Álvaro! —respondió Laura con voz firme—. ¡Baja el arma de inmediato!
—¡Tú no sabes nada! Aunque el jefe so