Anya se apresuró a buscar en el armario algo de ropa que usar, pero sus cosas no serían traídas si no hasta la mañana siguiente. Lo único que tenía era el vestido de novia.
—¿Qué estás haciendo? —Preguntó Edward con voz fría, cansado del dramático desenlace que había tenido su noche de bodas. —¿No es obvio? ¡Me voy de este maldito lugar! —Espetó Anya. —¿Quién te dio permiso para hacerlo? —Preguntó nuevamente con ese tono frío y amenazante. —No necesito permiso de nadie, ¡No soy una esclava! Puedo irme cuando yo quiera. —Obvió Anya. Edward se acercó a ella, que aún seguía revisando el armario y la sostuvo por el cabello. Enredado sus risos rubios entre sus dedos. Anya se arqueó y gritó de dolor, pero a él, poco le importó. —¡Suéltame maldito! —Demandó ella enojada. —¿Quién crees que eres para desafiarme? —Inquirió contra su oreja apretando aún más su cabello. —Si no me sueltas voy a gritar. —Amenazó ella. Él soltó un leve gruñido y usó su mano libre para apretar el cuello de la chica. —Parece que sigues sin entenderlo, eres de mi propiedad, pagué una gran suma por tu vientre y eso es lo único que me interesa. Si quieres gritar hazlo, pero nadie te escuchará, no hay nadie más que nosotros dos aquí. El corazón de Anya latió desenfrenado mientras sentía el dolor agudo en su cuero cabelludo y como el oxígeno de su cuerpo comenzaba a agotarse. Intentó zafarse, pero el agarre de Edward era más firme que todas sus fuerzas. Cuando el color de Anya cambió a uno más rojo, señal de que se estaba quedando sin oxígeno, él la aventó con rudeza sobre la cama. Anya toció mientras se retorcía en la cama tratando de recuperar el aire. Él sacó la corbata de su traje y, con un movimiento rápido presionó su cabeza contra las almohadas y le amarró las muñecas al espaldar de la cama. —¿Qué estás haciendo? ¡Sueltame! —Exclamó con su voz ahogada en las almohadas, pero a él no le importó. Se tomó su tiempo, no disfrutaba de la sensación de poder que tenía sobre ella, no había algo menos excitante, tendría que pensar en su amante para conseguir una erección, pero al levantar el neglillé de la chica su erección fue casi instantánea. El cuerpo de Anya era demasiado sensual para su propio bienestar, tenía la tez blanca y pálida y unas curvas perfectas que hacían de la vista algo sublime. Él deslizó sus manos por su cuerpo como si ella fuera de su propiedad, haciéndola sentir asqueada. Ella cerró los ojos con fuerza, tratando de bloquear la realidad, pero cada toque en su piel era una invasión que no podía ignorar. Él se colocó entre sus piernas, obligándola a arquear la espalda. Ella tembló aterrada al sentir su dureza rozar su entrada y presionar contra ella. Cuando su virginidad se quebró contuvo sus gritos mientras él comenzaba a moverse, tomando lo que quería sin consideración alguna por sus sentimientos o su dolor. Cada embestida era una tortura y cada caricia una puñalada a su corazón. Se sentía usada, nauseabunda, mientras él encontraba placer en su cuerpo inmovilizado. Las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no emitía sonido alguno, no le daría esa satisfacción. Cuando finalmente terminó, se levantó y tras mirar como la sangre y los fluidos escurrían por la entrepierna de la chica, salió de la habitación sin decir nada. Mientras ella, aún amarrada, no podía contener sus lágrimas. (...) Edward subió las escaleras y caminó a la terraza para dejar que el aire helado aclarara sus pensamientos. Nunca había hecho algo tan despreciable, se sentía el peor ser humano del mundo, pero ya estaba hecho. No podía darse el lujo de que ella se arrepintiera y cancelara sus planes. Tener un hijo era su única opción si quería conservar lo que con tanto esmero había logrado. Anya sollozó conteniendo su llanto y la humillación que sentía. Sentía un sinfín de emociones y pensamientos oscuros que la orillaban a querer desaparecer a ese despreciable ser. El fuego de las velas encendidas en el suelo se veía nublado y todo a su alrededor se veía a blanco y negro, pero no tenía tiempo de pensar en nada más que escapar. Lo haría pagar por todo y haría desaparecer ese aire de superioridad que tenía hacia ella. Comenzó a moverse tratando de liberar sus muñecas de la corbata que la sujetaba, pero el nudo estaba más apretado de lo pensó. En un último esfuerzo, usó sus dientes para aflojar el nudo y logró desatarse. Se levantó rápidamente y casi vomita al ver la cama. La humillación se transformó en dolor y el dolor en una ira que no pudo contener. Airada, tomó una vela del suelo y la arrojó sobre la cama. Al ver el fuego consumir una pequeña parte de las sábanas tomó otra vela e hizo lo mismo, repitió el proceso una y otra vez hasta que la cama ardió en llamas. Edward que observaba la noche silenciosa se percató del olor a humo y de inmediato corrió adentro, pero al entrar en la habitación solo vio la cama ardiendo. Buscó desesperado algún rastro de su esposa mientras cubría su nariz para evitar el humo, pero fue inútil; no había rastro de ella. Anya escapó en tanto vio la oportunidad. (...) Tras largas horas de correr en el frío invierno, Anya por fin llegó a su casa. La casa de su abuelo, el lugar donde había sido criada y vivió toda su vida. Tocó desenfrenadamente la puerta al ver las luces encendidas y prontamente su abuelo abrió. —Abuelo... La miró detenidamente de arriba a abajo, pero no dijo una sola palabra. —¿Qué haces aquí? Tu esposo te está buscando. Dijo dejando a Anya perpleja. —Abuelo, él no es como piensas, ese hombre abusó de mí. —Confesó sin poder contener sus lágrimas. —¿Abusó? ¿Cómo puede hacerlo si es tu esposo, niña? —Abuelo, te estoy diciendo que- —Es tu deber estar a su lado. Ya pagó por eso ¡Y no pienso devolver ni un centavo! ¿¡Me oíste!? En ese momento el corazón de Anya se quebró, su abuelo, a quien ella tanto admiraba no le importaba su vida o lo que pasara con ella. Siempre había pensado que era una persona dura, pero nunca pensó que fuera ese tipo de persona. —Entra y cambiate, lo llamaré para que venga a buscarte. —Instó su abuelo dándole la espalda. Pero Anya se rehúsaba a regresar a ese infierno. No sabía qué hacer, pero cualquier cosa era mejor que eso. Corrió tan rápido como sus pies le permitieron y llegó finalmente al lago. Contempló la luna en el horizonte y como se reflejaba en el agua. Se sentó en el pequeño puente de madera y esperó por un milagro. Cualquier persona, no importaba quién, quería, necesitaba recibir ayuda. —Anya. —Dijo una voz amigable tocando su hombro, ella se sobresaltó y giró temerosa, pero al ver el rostro de la persona frente a ella sus miedos se disiparon. Era Alan Ashford, su mejor amigo de la infancia.