Antes de que Leah fuera encontrada atada y con esa bolsa de cuero sobre la cabeza, una sombra irrumpió en la habitación. Con pasos sigilosos, sujetó a Freya. Antes de que pudiera gritar, le cubrió la nariz con un paño. En segundos, la loba embarazada cayó en un sueño profundo.
Leah no reconoció el olor. Al ver el cuerpo de Freya tendido en el suelo, sintió pánico. Pensó que algún lobo perverso aprovechaba la situación para cometer atrocidades.
Entonces, el extraño se acercó y colocó ambas manos sobre sus hombros.
—¿Por qué hiciste esta estupidez?
Esa voz.
Ese tacto.
Inconfundible.
Era Noah.
—No… no debes estar aquí —dijo Leah mientras negaba con la cabeza. Trató de soltarse de su agarre—. Vete antes de que... venga un guardia o Lucian.
—No. No me iré sin ti.
—Alfa Noah —susurró—. Gracias por venir, pero no me iré a ningún lado. Aquí es donde pertenezco. Él... es mi c-compañero. Por favor, vete. No vuelvas por aquí.
—¿Quién te metió esa estupidez en la cabeza? —Aun