Un mes después del nacimiento de María Catalina, la mansión Mendoza estaba llena de ruidos suaves: el llanto de la niña, el sonido de los juguetes, la risa de la familia que se reunía todos los días para verla. Catalina y Santiago se habían adaptado a su nueva vida de padres con una mezcla de cansancio y alegría — no dormían más de tres horas seguidas, pero cada sonrisa de su hija valía más que todo el sueño del mundo.Una mañana, Catalina estaba en el cuartito de María Catalina, alimentándola, cuando Santiago entró con un café en la mano. "Aquí tienes," dijo, besándola en la frente. "Te veo cansada.""Estoy feliz," dijo Catalina, mirando a su hija, que dormía en sus brazos después de comer. "Nunca he estado tan feliz. Pero es verdad que extraño dormir una noche entera."Santiago se sentó al lado de ella y tocó el cabello de la niña. "Mañana dejo la oficina temprano," dijo. "Te ayudo con la guardia de la noche. Así tú puedes dormir un poco.""Gracias," dijo Catalina, apoyándose en su
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