Seis meses después de plantar el árbol de María Catalina, la familia estaba lista para el viaje a Tokio. María Catalina tenía siete meses, y era una niña sonriente y curiosa, con los ojos azules de Santiago y el pelo oscuro de Catalina. Llevaban todo lo necesario para ella: juguetes, comida, su cuna portátil — y la compañía de Jessy, que había venido para ayudar a cuidarla mientras Catalina y Santiago trabajaban en la apertura de la sucursal.
El vuelo fue largo, pero María Catalina se portó de maravilla — durmió la mayor parte del tiempo, acurrucada en los brazos de Jessy. Cuando llegaron a Tokio, el sol estaba brillando, y la ciudad estaba llena de ruidos, luces y gente que caminaba con prisa.
"Es increíble," dijo Catalina, mirando por la ventana del coche que los llevaba al hotel. "Nunca imaginé que llegaría a un lugar tan bonito."
"Solo es el principio," dijo Santiago, agarrando su mano. "Aquí construiremos el futuro de Mendoza — y el de nuestra hija."
El hotel era un edificio alto