Carlota Peterson se casó con el padre de Leo cuando ambos eran apenas unos veinteañeros llenos de sueños. Al poco tiempo nació Leo, pero eso no detuvo a sus padres; trabajaron como locos, juntos, hasta construir un imperio tanto automotriz como de marketing.Leo los admiraba profundamente. Venían de privilegios, sí, pero no se recostaron en ello. Se dejaron la piel para llegar a la cima, y él no quería ser quien arruinara todo.Escuchó un ruido y se giró hacia la puerta que había dejado entreabierta cuando salió de la habitación donde había recostado a Isabella.—Madre —dijo al ver a Carlota levantarse ligeramente desorientada desde la cama, tan delgada que casi desaparecía entre las sábanas blancas del dosel—. Tengo que irme.—No me cuelgues, Leo Alexander.—Tengo algo importante que resolver. Te llamo luego.—Media hora, Leo. Media hora, ¿me oyes? Tenemos demasiado de qué hablar —su madre hizo una pausa—. Tu padre tomó una decisión muy importante con respecto a…—¿A qué, madre? —Un
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