Pasaron días desde aquella noche, pero el recuerdo no perdió fuerza.Al contrario.Me encontraba de pie en el pasillo, con el trapo inmóvil entre las manos, fingiendo limpiar una superficie que ya estaba impecable. Mis ojos, traicioneros, permanecían fijos en la puerta del despacho de Adrian Volkov. Cerrada. Silenciosa. Imponente. Había algo en ella que imponía respeto, casi temor, del mismo modo en que él lo hacía con su sola presencia. Cada vez que me tocaba pasar por ahí, una presión extraña se instalaba en mi pecho, una mezcla de nerviosismo y una curiosidad peligrosa que prefería no analizar demasiado. Me decía que era prudencia, que era miedo. Sabía que no era solo eso.Porque yo conocía su verdad.Y ese conocimiento pesaba más de lo que debería.Me preguntaba cuántas personas habrían pasado frente a esa misma puerta sin saber que detrás de la imagen pulcra, poderosa y perfectamente construida del señor Volkov, había una grieta. Una que, de hacerse visible, podría destruirlo tod
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