La CEO de los Pétalos de Diamante
La CEO de los Pétalos de Diamante
Por: Scarlet Infinity
Rosas y Diamantes

El sonido de los pasos sobre el mármol era lo que rompía el silencio en el camposanto familiar. El ataúd dorado con visibles diamantes descansaba en el centro de la sala extensa y rodeada de rosas blancas y rojas, rodeado de rostros hipócritas. ¡Nadie! En verdad lloraba de tristeza, excepto ella, aunque no dejara caer una sola lágrima. Su interior estaba inundado como mar desbordado y saliéndose de su cauce.

Paris Helmont sostenía un vaso con coñac entre los dedos como si fuera una extensión de su control. Vestía de blanco absoluto: traje ajustado, cabello recogido, labios color sangre. Parecía hecha de hierro, pero por dentro era cristal quebrado. Un diamante quebrantado.

Su padre, el hombre que había construido Diamond Helmont desde una pequeña tienda en Baltimore, hasta convertirla en un imperio en Ney York, yacía frente a ella. Y con él, todo lo que había jurado proteger.

Una voz sin escrúpulos a su espalda interrumpió su pensamiento, interrumpió el silencio de su mente y la privacidad de su alma. —El consejo quiere hablar contigo, Paris, en verdad es ¡Urgente!

Ella no giró para observarlo. Solo vio el reflejo de su propia figura en el vidrio del féretro.

—¡Era de esperarse!  —respondió con serenidad—. Las hienas siempre huelen la carne olvidad por el cazador.

El asistente tragó saliva. No sabía si temerle o admirarla. Paris dio un sorbo al coñac, inhaló con fuerza y murmuró como si su padre aun la pudiera escuchar: —Tranquilo, padre. No dejaré que destruyan lo que te costó una vida construir.

Afuera, el cielo gris de la ciudad reflejaba su propio luto. Pero en el fondo de esos ojos fríos, una chispa encendía el inicio de la guerra impredecible, de una guerra que dejaría cuerpos y mentes desgastadas por el hambre del poder y la desdicha del amor.

El señor Carl Anderson se encontraba en compañía de los inversionistas y el resto del concejo con el que contaba el imperio del padre de Paris, cada uno de ellos sonrió levemente como mostrando su desinterés en que ella fuera la elegida para guiar el imperio.

La mitad de ellos la conocían por extravagante, futurista y vanguardista, pero otra parte solo la observaban como la hija mimada, desobediente y vividora. Para desgracia de Paris, su padre nunca le permitió tomar un solo día en la empresa, por lo que ella conocía muy poco o nada de lo que dentro se manejaba y no conocía mas de la empresa más que la joyas exclusivas y extravagantes que se fabricaban.

Paris fue la inspiración de su padre para crear mas de diez colecciones de joyas con las cuales la mayoría llevaban su nombre y sin dejar de mencionar su belleza. Por lo que la envida, el celo y el descontento entre los inversionistas y el concejo era más que evidente.

—Veo que les incomoda mi presencia. —señaló Paris sin sentirse sorprendida. —sin embargo, aquí estoy. Tomaré las riendas del negocio de ¡Mi padre! Sin importar la opinión de cada uno de ustedes. —puntualizó con serenidad y seguridad en sus palabras.

Carl Anderson, el inversionista que poseía el diecinueve por ciento de las acciones. Le colocó la mano en el hombro, era la persona mas cercana a la familia y el que confió en su padre desde sus inicios, aunque más bien podría considerarse que el padre de Paris confió en el desde el principio.

—¡Hija! —murmuro con un tono amistoso y afectuoso—. Entendemos que tus sentimientos se encuentren en un estado difícil, pero es una decisión que se debe analizar con el consejo e inversionistas. —hizo una breve pausa y retiro su mano del hombro de Paris.

—¿Analizar? —preguntó con ironía en sus palabras— ¿Por qué deberían de analizar lo que es lógico? ¡Era mi padre y soy la heredera por naturaleza! No hay nada que discutir o analizar. —exclamó finalmente y girándose de vuelta hacia el féretro de su padre.

El murmullo entre el concejo y los inversionistas fue inmediato y aunque algunos estaban a favor de ella, no coincidieron con la actitud que ella tomó en el instante y con la supuesta falta de respeto que les faltó a todos.

Carl Anderson no dudó en hablar de inmediato. —Se que debemos comprender el dolor de mi ahijada, pero también soy consiente que ella no es precisamente la empresaria que llevaría un imperio en sus hombros. —señalo con discriminación y arrogancia—. Aun así, considero que seamos prudentes y dejemos que pasen los tres días de duelo para actuar con firmeza. —puntualizó con la plena seguridad que su jugada daría el fruto que buscaba.

Mientras el murmullo ensordecedor de los presentes en la sala de velación ofuscaba a Paris, la calma se estaba deslizando entre sus dedos, nadie estaba ahí para calmarla, para aconsejarla. ¡Hasta sus mejores amigos habían desaparecido ese día!

—¡Pueden callarse maldita sea! —gritó con desesperación—. Es el velorio del empresario que ustedes jamás podrán siquiera soñar en llegar a convertirse. —recalcó como regañadientes.

Los presentes en la sala se ofendieron enseguida y de a uno comenzaron a abandonar la sala, Paris comenzaba a quedarse sola entre la multitud de rosas, diamantes y joyas dedicadas a su padre en su último día dentro de la capilla familiar que fue detallada con precisión y dedicación para cuando el faltara en esta vida.

Los diamantes brillaban como lagrimas de ángeles, los rubies se confundían con el atardecer, y los brillos excesivos de la obsidiana oscurecían el alma de Paris que, entre sollozos silenciosos provenientes de lo mas profundo de su ser, no encontraban el camino a la claridad para darle paz a su pensamiento, un pensamiento que rebotaba sin descanso: —¿Qué debo hacer ahora? ¿Cómo cargaré con el peso del imperio de mi padre?

Sus preguntas se contradecían con la firmeza que había mostrado hace apenas unos instantes ante los inversionistas.

Carl Anderson fue uno de los pocos que aún permanecían en la sala y tras unos abrazos a la viuda, madre de Paris. Se acercó nuevamente con Paris, esta vez con un tono mas serio. —Esas actitudes son las que no hacen que los inversionistas crean en ti. —murmuro muy cerca de su oído—. Deberías de considerar lo de permanecer al lado de tu madre y dejar que me haga cargo del resto. ¡Tu padre así lo hubiese deseado! —añadió con la intriga marcada en sus palabras.

—¡No lo creo señor Anderson! —reprochó con una mirada fría y lagrimas que se ocultaban entre el brillo del atardecer—. ¡Usted se equivoca! Solo deseaba la caída de mi padre para quedarse con todo. ¿Acaso me equivoco? —le preguntó como si ya supiera la respuesta.

El señor Anderson sonrió irónicamente y apenas tapándose la mitad del rostro con su mano derecha. —Pero que ocurrencias las tuyas… Paris. ¡Por supuesto que no es así! Tu padre y yo éramos entrañables amigos y fundamos esta compañía con esmeró y noches enteras de desvelo.

Paris sostuvo la mirada, midiendo cada palabra que salía de los labios del señor Anderson, entonces surgió la duda, esa duda que parecía señalar y condenar. —Entonces… dígame porque fue usted el único que recibió la llamada del accidente de mi padre y no mi madre como debió haber sucedido. —Paris observó el semblante del señor Anderson—. No se preocupe que se cuidarme sola y se hasta donde puedo llegar, pero no permitiré que buitres como usted se aprovechen de esta situación.

Al señor Anderson no le sentó nada bien las palabras acusadoras de Paris, respondiendo en ese preciso instante. —¡No deberías señalar con las manos sucias! —la respuesta se volvió personal entre ambos—. ¿Oh quieres que tu madre se entere de los millones que le robaste a tu padre con la última colección? Así como también podrías ganarte una demanda por difamación y eso podría alejarte aun mas de la empresa y ¡Para siempre! —enfatizó con la voz cargada de resentimiento y desprecio.

Paris intentó justificar lo que en ese momento parecía una declaratoria de guerra entre ambos. Pero en lugar de aclarar esa lamentable situación, ella dijo sus ultimas palabras tocando el féretro de su padre. —Que el tiempo me juzgue señor Anderson, pero le diré que aquí se hará la ultima voluntad de mi padre y esa esta escrita en su testamento. —sentencio finalmente con soberbia.

Carl Anderson se distancio sin marcharse del lugar, su interés aun permanencia en el lugar y nada de lo que había sucedido hasta ese momento era la sentencia final para ambos.

Las campanadas sonaron como anunciado el final de ese día, estaban anunciando la sentencia de muerte o el nacimiento de una guerrera. Aun así, nada estaba escrito y aun existían decisiones que tomar y decisiones que leer en un testamento que era resguardado por quien parecía inquebrantable ante la ley y ante la sociedad.

Paris no logró contener el llanto por mas tiempo, pero el llanto era provocado por colera contenida, celo y compromiso de hacerse cargo de la empresa. Colocó ambas manos en el féretro, cansada y dando su último adiós antes que fuera conducido hacia el área de cremación.

Antes de marcharse, tomó entre sus dedos el viejo collar de su padre. El metal precioso aún conservaba el leve calor, como si se negara a olvidar su dueño. Entonces, una voz rasgó el silencio, rasgo el ambiente: ronca, cargada de una sensualidad atrevida que parecía abrirse paso entre el aire denso de frustración. —Lamento profundamente su pérdida… ¡Señorita París!

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