Mundo ficciónIniciar sesiónSe avecinaba la tormenta y la traición en contra de Paris Helmont, que de momento y con la presencia de su madre. Existía la posibilidad que Paris no continuara la batalla que la vida y su padre la obligaron a tomar de manera inesperada.
—¿Por qué has vacilado, madre? —le cuestionó Paris a su madre de manera desesperada—. ¿Hay algo que deba saber sobre mi padre? ¿Le sobreviven otra familia de la cual no este enterada? —cuestionó de manera apresurada.
La madre de Paris no bajó la mirada, pero se limitó a responder de manera sencilla y sin alzar la voz. —¡No se trata de eso, hija! Tu padre no sería capaz de tal atrocidad. —murmuro con convicción—. Tu padre siempre me demostró fidelidad y me hizo una mujer muy feliz y aún más cuando llegaste a nuestras vidas.
Paris no comprendía la situación que había sembrado discordia, incertidumbre y duda en su corazón el señor Anderson. —Entonces… —se pausaron sus palabras y luego mencionó tras observar de nueva cuenta el sobre que aún estaba en el escritorio—. Entonces no te importa que tome el sobre y lea lo que hay dentro de él. ¿Verdad?
La madre de Paris levantó la mirada y con ligero sospecho le arrebató el sobre a Paris, diciéndole con una rabia desconocida. —¡Esto no debería estar aquí sembrando discordia entre nosotras! —giro hacia la salida y antes de salir grito entre lágrimas—. ¿Si tanta desconfianza te da este sobre? Entonces recógelo entre las cenizas.
Paris sintió impotencia, un pesado frio que recorrió su cuerpo, la acción de su madre dejaba algo más a la imaginación, pero no deseaba reprocharle a su madre. Los días estaban siendo duros como el pan forjado con acero y agrios como agua de hiel.
Paris se dispuso a concentrarse en su distante departamento, sin bullicio que la atormentara y sin recuerdos que le hicieran menospreciarse por no haber estado al lado de su padre y haber cambiado su vida familiar por amistades que ahora la habían abandonado como un animal cualquiera de la calle.
Paris, aunque intentó conciliar el sueño por largas horas dentro de su habitación, ¡Fue imposible! Un sentimiento extraño la embargaba, una corazonada la llenaba de incertidumbre y no logró hacer algo al respecto más que esperar que amaneciera y presentarse al imperio que estaba durmiendo tras el deceso de su amo.
Saco de la cochera el auto deportivo que su padre le regalo para su cumpleaños número dieciocho y que en muy pocas ocasiones lo utilizaba. Era un Bentley deportivo, la capota se deslizó como cada uno de los pensamientos que llevaba cruzados en su corazón. ¡Dispuesta a ganar la batalla!
Su madre la observó desde lo más alto de la mansión, no hizo el menos intentó por salir a despedirse de ella o intentar frenarla. El remordimiento de la conversación de la noche anterior la hizo permanecer en la habitación observándola desde el ventanal que transmitía soledad y arrepentimiento.
—¡Espero que no me culpes! —respiro en tres ocasiones y murmuró con un nudo cerrando su garganta—. Solo buscamos brindar felicidad a una niña entre todas las desafortunadas.
Paris se marchó sin importar más que el orgullo de su padre y que desde el cielo o el infierno él se sintiera orgulloso de ella y su fortaleza por afrontar y sacar las garras frente a los lobos corporativos que acechaban la cabaña de los más indefensos.
Para sorpresa de los empleados y del valet parking, observaron el momento de la llegada de Paris Helmont, quien no fue invitada oficialmente a la reunión y nombramiento del nuevo CEO de la empresa.
Descendió del auto con elegancia, con su collar de perlas y brazaletes de oro, pantalón ancho de tela y un estilo único. ¡Digno de una heredera! Caminando con certeza y dejando en cada huella de sus tacones las pisadas del triunfo al que estaba destinada a vivir.
Las pisadas retumbaron el edificio marmoleado y confeccionado como una estructura de arquitectura innovadora y de clase aun mayor que la realeza misma. Paris no se pisaba el imperio de su padre desde hace más de diez años y algunos dudaron si ella era la hija del difunto Alejandro Helmont.
Se detuvo un solo instante a preguntar sin bajar la mirada y manteniendo el mentón por encima de cualquiera. —¿Dónde se reúnen los lobos empresariales?
La secretaria a cargo del ingreso de personal y de inversionistas, le respondió de una manera tímida y mostrando nerviosismo. —La sesión se está llevando a cabo en el ala sur del edificio, ultimo nivel. —la secretaria que bajó la mirada hizo una pausa y murmuro con temor—. Solo que lamento informarle que no puede ingresar, señorita Helmont.
—¿Quién se atrevió a negarme la entrada? —le preguntó airosa y golpeando el escritorio con su mano—. ¡Que se creen esos imbéciles!
La secretaria intentó detenerla, pero fue imposible. Paris se dirigió con paso firme y sin titubear, las lámparas titubearon ante su presencia. Era como si una diosa estaba presente y la luz era más que insuficiente para contener su presencia.
El paso estaba cerrado por dos guardias, el señor Anderson se encargó de preparar todo para que Paris no lograra interrumpir la reunión. ¡Incluso había comenzado antes de lo previsto!
—¡A un lado par de imbéciles! —gritó Paris con prepotencia, ella sabía que todo era plan de Anderson—. Despejen el paso si no desea enfrentar la furia de una Helmont.
Entonces una risa maquiavélica, a penas conocida. Se escucho detrás de ella saliendo de un pasillo. —Eres muy atrevida y valiente, señorita Helmont.
Paris giro su mirada hacia la risa detrás de ella, su porte cambio y centro su atención en el hombre parado detrás de ella. —Señor… Señor Andrew. Así que usted también es parte de este plan para arrebatarme lo que me pertenece. —exclamó la heredera que estaba a punto de perder toda posibilidad de guiar el imperio de su padre.
—¡Apártense! —ordenó con voz terrorífica y con la seguridad de quien manda— Pasemos señorita Helmont, muchos seguramente esperaban su presencia.
La puerta se abrió de par en par. Las miradas saltaron de inmediato y Andrew fue el primero en ingresar a la sala. Algunos se desilusionaron y otros estaban satisfechos con la llegada quien parecía ser un digno representante para la empresa.
—¡Bienvenido señor Andrew Kayser! —proclamo el señor Anderson quien se sentaba en la silla presidencial interino—. Estábamos a punto de que me nombraran el CEO antes de las votaciones. —sonrió descaradamente.
Aunque la sonrisa de satisfacción de Anderson se borró en un santiamén. —¡Es lo que seguramente usted desearía señor Anderson! —grito Paris Helmont mientras caminaba con paso firme hacia el centro de la mesa, para entonces exclamar—. ¡Levantase de esa silla! Un perro no debería comer en la mesa de su dueño.
El señor Anderson se sobresaltó y la ofensa había sido extrema para él. —¡Ustedes son testigos del atroz insulto de la que tendría que quedarse en casa al lado de una viuda que necesita compañía!
La sala murmuró, unos a favor y la mayoría en contra y Andrew observando el temple de la señorita que estaba siendo forjada con fuego y diamantes. —¡No es una ofensa! —murmuro Andrew para luego mencionar—. Ella solo se defiende de las atrocidades que ustedes como consejo están haciendo en su contra.
El señor Anderson se levantó sin oponerse de más en la sala, el proceso de selección era inminente y Paris no estaba dentro de los planes de la mayoría de los socios. Por lo que el señor Anderson tomó el lugar que le correspondía y un poco más cercano a la silla presidencial se había realizo un espacio para Andrew Kayser.
—Tome asiento señorita. —dijo Andrew tras retirar la silla para que ella se acomodara.
Paris no dejaría el momento desaprovechado y se dirigió hacia el consejo e inversionistas. —¡Este es el lugar al que pertenezco por derecho! —sentenció con firmeza—. Tomaré el riesgo y obligaciones que este puesto conlleva, por lo que pueden tener la plena certeza que el imperio que mi padre “Forjo” no se desintegrara por la ambición de unos lobos sentados al lado de las ovejas.
Andrew, sereno y calmado aguardo para después lo que parecía conocer de antemano, la sonrisa del señor Anderson era de burla, de rechazo y confianza sin importar la decisión que se llegara a dar.
—¡Muy conmovedor discurso, señorita Paris! —su voz se recompuso y tras ajustar su corbata, añadió—. Sin embargo, sus palabras no pueden ser tomadas en cuenta, ya que esto es un imperio y no un circo. Por lo tanto, haremos que se lea el testamento de mi entrañable amigo “Alejandro Helmont”
Paris presentía que el momento estaba siendo manipulado, pero tras la negativa del abogado en atender sus llamadas desde temprano. Ella espero el momento, ese momento que le rectificara que era la única que podría tomar el lugar de su padre en el imperio de diamantes.
El abogado se abrió paso en la sala y con ligereza y sin sostener la mirada hacia Paris, su veredicto como juez dictando sentencia fue escuchado: “En la plena facultad de mis sentidos, ¡Yo, Alejandro Helmont! Dejo la mansión y demás propiedades a mi esposa e hija”
Hasta ese instante todo parecía marchar bien, tal cual su padre lo había deseado y confirmado mucho antes de su muerte. Sin embargo, el discurso continuo de manera tajante en las siguientes líneas: “A excepción de la empresa, mi hija Paris Helmont no puede dirigir en ninguna circunstancia la empresa que con todo el esfuerzo y sacrificio fundé con mi amigo el señor Carl Anderson, por lo que confió plenamente en sus ideales para nombrar al nuevo representante de la empresa y así llevar al máximo nivel el prestigio de la empresa de Diamantes y joyas más importantes de América,”
Paris recibió esas palabras en su corazón con metal pesado cayendo sobre una rosa, aplastando toda seguridad y dejando su corazón frustrado y sin derecho al reclamo u objeción.
—Lo ve señorita Paris. —Exclamó con desprecio en su mirada el señor Anderson—. Es a lo que me refería, su padre no confiaba en sus “Supuestas capacidades” por lo que el concejo ha decidido dejar en manos de ¡Andrew Kayser! El puesto corporativo más importante de la empresa.
Paris devolvió la mirada hacia Andrew con rabia, apretando sus puños y a punto de explotar. Pero Andrew pronuncio con soberbia. —¡En verdad lo siento Paris! Estas son las reglas del juego y lo de anoche fue muy interesante, pero no podemos mezclar los negocios con el placer.







