Mundo ficciónIniciar sesiónCarl Anderson se desmoronó como castillo forjado en la arena, no sabía si aquellas palabras eran en su contra o solo el momento incomodo entre ambos por la manera en la que se estaba expresando de Paris Helmont el señor Anderson.
Andrew salió de la residencia sin estremecerse, ahora existían más preguntas que certezas en la cabeza de Carl Anderson. ¿Andrew seguía estado de su lado? ¿Esta situación podría afectar los acuerdos previos a su aparición?
Circunstancias que el mismo Carl Anderson averiguaría el día que estaba programada la reunión y en la que Andrew debía aparecer para ser nombrado el CEO de la empresa.
Andrew se encontraba estresado, confundido y alterado por la situación suscitada en la residencia con quien ahora se sabía que era su padre, ¿Aunque no llevaba su apellido? ¿Realmente llevaba la sangre del señor Anderson? Las preguntas podrían ser retoricas, pero imprescindibles en la lucha de poder que se estaba gestando.
Andrew no lo pensó más y se detuvo a beber en un bar mediamente lujoso, no acostumbraba a llamar la atención y buscaba la soledad y moverse entre las sombras. Aunque su deportivo decía todo lo contrario, pero marcaba la personalidad de Andrew, esa personalidad con un tono sombrío, distante y desinteresado.
La noche no estaba siendo la mejor para Andrew, de la misma manera que Paris no lo era tras la noticia entregada por Anderson. Lo que solo provocaba desesperación y ansiedad por que se cumpliera el día en el que se reunirían los inversionistas y ella ya había trazado el siguiente paso que debía dar.
Por lo que tomando su abrigo y uno de los autos de su padre, paseo por la ciudad. Hasta detenerse en el mismo bar en el que se encontraba Andrew, sin saber que él se encontraba en el lugar.
En una barra distante y contraria a la de Andrew, se sentó como quien se sienta con el deseo de no saber más de la vida. Una botella de licor y un vaso con hielos era lo único que acompañaba a Paris en ese instante.
Las murmuraciones comenzaron a desatarse y Andrew no fue ajeno a ellas, por lo que giro su mirada hacia la barra y reconoció de inmediato a Paris. ¡No lo dudo! Se acercó con la copa en su mano y murmuró con la garganta pulida por el trago. —No sabía que frecuentaba estos lugares, señorita Paris.
Ella reconoció la voz y se levantó de prensa. —¡Señor Andrew! Que sorpresa, imaginé que se perdería en esta enorme ciudad. Aún más sin saber en realidad ¡¿Quién es usted?!
Las miradas se cruzaron como queriendo invadir el límite y arriesgarlo a perder o ganarlo todo. Paris no pudo evitarlo y el dolor mezclado con el alcohol no fue la mejor decisión que ella tomó como muchas otras en el corto pasado.
—¿Tiene a donde ir, señor Andrew? —le preguntó mientras se saboreó tentativamente el labio— conozco un lugar cercano al que podríamos llegar para conocernos un poco más y así saber en realidad quien es usted.
Andrew dio un trago de golpe y su moral con sus verdaderas intenciones chocaron entre sí, pero eso no le impidió a responder murmurándole muy cerca al oído. —También me interesa saber ¡¿Quién es usted?! Así como lo que tiene para ofrecer a un forastero errante.
—Le impresionara lo que una Helmont tiene para dar. ¿Me sigue? —preguntó tras deslizarse en el abrigo de Andrew y dejar una marca de sus labios en su mejilla.
Paris junto a Andrew cruzaron la línea invisible, cruzaron la línea delgada del deseo y el poder. Ambos se entregaron en un vendaval de emociones ardientes, enredando sus cuerpos sin pudor y sin pensar en el dolor que le había ocasionado la muerte de su padre.
—¡Esto es excitante! —susurró Andrew mientras embestía el cuerpo de Paris en una escena donde cualquier escena pornográfica quedaba en el olvido.
—Seguramente en su rancho nunca encontró a una mujer que le diera la talla, señor Kayser. —murmuro Paris entre jadeos y respiraciones cortas.
La noche se desvaneció como agua entre manos, ambos se entregaron al calor de sus cuerpos y al amanecer la figura de Andrew había desaparecido de aquella habitación en la que solo quedaba el recuerdo de una noche llena de lujuria y pecado.
El día anterior a la reunión en la empresa no fue precisamente el más calmado, una tormenta se avecinaba y ella podría enfurecer el huracán o hacerlo que desapareciera.
Carl Anderson se encontraba inquieto, llamaba constantemente a Andrew sin obtener respuesta alguna. Llegando a pensar que seguramente no continuaría con el plan y podría perjudicarlo, así que pensó de manera inquietante: —“Debo visitar a Paris para sellar un acuerdo con ella previo a la reunión de mañana”
Pasaba de mediodía cuando Paris se encontraba en la sala principal de la mansión observando detenidamente el retrato de su padre y sus cenizas sobre la inmensa chimenea. El timbre se escuchó como campanada en ese silencio total, perturbando el momento íntimo de Paris.
El mayordomo se acerca tímidamente y le indica: —El señor Anderson solicita conversar con usted, señorita. ¿Le permito el acceso?
Paris con la mente enardecida no dejo de cuestionarse. —“¿A qué viene ese zorro?” —su respuesta fue casi inaudible pero entendible para el mayordomo—. Hazlo pasar, lo espero en la oficina de mi padre.
Paris caminó lentamente hacia el despacho de su padre, despacho que no había ingresado desde que era apenas una niña. Los recuerdos la invadieron y su fortaleza salió repentinamente, no deseaba que Anderson la notara débil y manipulable. ¡Ella sabía el motivo de la visita!
—¿Puedo pasar? —preguntó Anderson en la entrada al despacho.
Paris lo observó, analizó el tono de sus palabras y supo en ese instante que su presencia era para negociar, para intentar arrebatar antes de la reunión del día siguiente. —Siéntese… —murmuro fríamente—. Solo le advierto que vino a perder su tiempo señor… Anderson.
Carl Anderson como un viejo zorro en los negocios estaba consciente que cualquier presa siempre estaría a la defensiva y más si se trataba de Paris Helmont. —¡Esperemos que no! —respondió tras una pequeña sonrisa de ironía en su rostro—. Mas bien creo fehacientemente que deberías ser más considerada con quien también te vio crecer y verte convertir en toda una mujer.
—Al grano señor Anderson. —exclamó con premura y sin lugar a sentimentalismos baratos—. Aun debo reunirme con la firma de abogados que dejo mi padre y con la que se leerá el testamento el día de mañana.
Anderson trago saliva amarga, como hiel atravesó su garganta y un sudor extraño broto de su frente. —¿Leer el testamento? —cuestiono con dificultad para hablar—. Según tengo entendido tu padre solo redacto un borrador, pero nunca llego a concluir el mismo.
Paris se acercó al señor Anderson y tras mirarlo fijamente le dijo con una voz pesada, que golpeaba el acero y lo hacía quebrarse en pedazos. —¿Cuál es el miedo señor Anderson? Imagino acaso que le dejaría el imperio de mi padre sin dar batalla.
—No… pero,
—¡No! Pero ¿Qué? Señor Anderson. —lo interrumpió de golpe y con la arrogancia que no poseía su padre—. Seguramente nunca imagino o dimensiono que una mujer que vivía la vida con amistades, en fiesta en fiesta. podría cambiar de la noche a la mañana y no permitir que le arrebataran lo que por derecho me pertenece solo porque a usted se le antojó hacerlo. ¡Se equivoco!
Carl Anderson se levantó con seguridad y sacando de su saco un sobre amarillo por el paso del tiempo. Un sobre que en su momento fue blanco como la lana y la pureza de las criaturas, lo dejó caer sobre el escritorio que reclamaba la ausencia de su dueño y que a cambio estaba recibiendo un sobre como bofetada a su deseo.
—¡Lee el contenido del sobre! —le susurró con una calma diferente y contenida— veremos si después de leer esas letras tu seguridad y confianza continúan intactas. —puntualizó bajando aún mas la voz, como si temiendo que las paredes lo alcanzaran a escuchar.
Paris Helmont sonrió con ironía y respondió tras escupir el rostro del señor Anderson. —Un sobre. —realizó una pausa muy tensa sin desvanecer la media sonrisa—. ¿En verdad cree usted que el contenido de ese sobre puede hacerme desistir? —cuestiono con la seguridad que ese documento no podría derrumbarla.
—¡Bueno! Es cuestión que lo abras y entonces lo podremos averiguar. —le respondió Anderson sin dejar de saborear lo que parecía ser su carta maestra.
La madre de Paris ingreso al despacho de manera violenta y con el furor encendido en su mirada. —¿Cómo se atreve señor Anderson? —le preguntó con repulsión ante lo que estaba aconteciendo en el despacho—. No le basto con hacernos saber que ustedes decidirían el destino de nuestras vidas, sino que ahora viene y confronta a mi hija de esta manera. ¡A la hija del Alejandro Helmont!
Carl Anderson no se inmuto ante la llegada repentina de la madre de Paris, sin apartar la vista de Paris, el respondió calculadamente. Como dejando caer una bomba en medio de un huerto lleno de rosas. —Eso… Eso es precisamente lo que quería que ella supiera, ahora debe usted hacérselo saber. Señora… Viuda de Helmont.
El rostro de Paris cambio por completo y sus miradas se dirigieron hacia su madre, confundida pero enérgicamente de pie y dispuesta a aclarar la incertidumbre y la intriga sembrada entre ellas.
Carl Anderson salió de la mansión, con mucha mayor confianza de la que se encontraba antes de su reunión con Andrew. No sin antes hacer mención. —Aun estas a tiempo Paris… aun estas a tiempo de recibir las migajas que te tocaran a partir de mañana.
Anderson salió con el estandarte de su apellido en lo más alto, que tras haber abandonado la mansión tomo su teléfono móvil y marcó el número de quien tendría que haber estado a favor de los Helmont. —¡Abogado! Qué bueno que atendió la llamada. —observo para ambos lados de la vía para detenerse y sentenciar la conversación—. Todo ha salido más que perfecto, espero que ese testamento ahora este echo cenizas. ¿Es así verdad?
—Hasta dudarlo me parece una ofensa, señor Anderson. —exclamó el abogado a quien Alejandro había considerado pulcro y honesto.







