La noche ya había caído por completo cuando Lorenzo entró en el coche que lo esperaba frente a la sede de Vellardi & Renzi. La ciudad, allá afuera, seguía latiendo: faros, bocinas, pasos apresurados… pero dentro del coche, todo era silencio. Y a él le gustaba así. O, al menos, eso se decía a sí mismo.El trayecto hasta la mansión duró poco más de veinte minutos, aunque para él pareció mucho más largo. Quizás porque estaba cansado, o tal vez porque, en algún lugar dentro de ese silencio, algo se sentía distinto desde el día anterior.Cuando los portones de hierro se abrieron y el coche avanzó por la entrada sinuosa, iluminada por luces discretas incrustadas en el suelo de piedra, Lorenzo mantuvo la mirada fija en la fachada de la casa. La mansión, con sus columnas blancas y ventanas altas, era al mismo tiempo un hogar y un mausoleo. Guardaba no solo las pertenencias de su hija, sino también los fantasmas del amor que había perdido.El chofer se detuvo frente a la puerta principal. Lore
Leer más