LisaEntré al aula temprano, antes de que llegara cualquiera. Todo estaba en silencio, los pupitres alineados, las sillas vacías, el aire cargado del olor a libros y tiza, y la luz del sol entrando por las ventanas, dibujando sombras en el suelo. Mi corazón latía un poco más rápido de lo habitual, y un escalofrío recorrió mi espalda al pensar que él estaría aquí. Y sí, ahí estaba, detrás de mí, silencioso y seguro, su presencia llenando el espacio vacío sin siquiera moverse demasiado.—Hola, buen día —dijo Cristian, con esa calma que siempre me desconcertaba.—Buenos días, de vuelta —respondí, intentando sonar natural, aunque mi voz temblaba un poco.Se acercó despacio a mi mesa, cada paso medido, casi reverente, y se aseguró de que no hubiera nadie cerca. Miró hacia la puerta, evaluando, comprobando que estábamos solos, y entonces, inesperadamente, se inclinó y me dio un pequeño beso. El contacto fue breve, apenas un roce, pero hizo que todo mi cuerpo se tensara y mis mejillas ardier
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