Lisa
No dormí casi nada esa noche. Después del beso, Cristian se negó a irse. Decía que tenía miedo de que me arrepintiera en cuanto cerrara la puerta.
Pasé horas tratando de hacerlo entrar en razón, repitiéndole que si alguien lo veía salir de mi departamento a las tres de la mañana, ambos íbamos a meternos en un problema monumental. Él se reía, como si todo fuera una broma.
—Solo cinco minutos más —decía cada vez que intentaba levantarse.
Y esos cinco minutos se convirtieron en casi tres horas.
Cuando por fin logré que se fuera, el sol ya empezaba a asomarse. Cerré la puerta, apoyé la frente contra ella y respiré hondo.
Estaba agotada, confundida y, sobre todo, molesta conmigo misma. ¿Por qué lo había besado? ¿Qué parte de mi cerebro pensó que eso era buena idea?
Dormí apenas dos horas, lo justo para no parecer un zombie en la universidad. Me vestí sin ganas, agarré mis cosas y salí, repitiéndome mentalmente que todo iba a volver a la normalidad. Que lo del beso había sido un impul