LisaEl aula estaba en silencio, y la luz de la tarde se filtraba por los ventanales, dibujando rectángulos alargados sobre los pupitres vacíos. Yo me senté en el fondo, con la espalda recta, intentando aparentar calma, aunque mi corazón latía demasiado rápido. La detención se sentía injusta, como un castigo impuesto por capricho, y no podía dejar de pensar en lo absurdo de la situación.Cristian había encontrado la manera perfecta de aislarme, de obligarme a quedarme sola. Y ahora, mientras los segundos pasaban lentamente, sentía que cada uno de ellos estaba cargado de la presencia invisible que él dejaba tras de sí.—¿Se puede? —una voz grave rompió el silencio.Era él, por supuesto. No podía haber dudas. Su entrada alteró el ambiente como un cambio de clima súbito. Caminó hacia el frente, con pasos medidos, confiados, y se detuvo a un par de metros de mí. Sus ojos, profundos y oscuros, me atravesaban sin esfuerzo.—Espero que esta detención le haga reflexionar, Lisa —dijo, con voz
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