Jeremías la sostuvo con fuerza impidiendo que ella se fuera, pero también con miedo a que se quedara. Sabía lo que ocurriría si eso pasaba. Podía sentir su cuerpo sobre él. Sentir su peso, su calor, el perfume de su piel, su aliento tibio. Todo lo que había estado evitando, finalmente estaba sucediendo. Sin embargo, una voz interior, le hizo cambiar de opinión. “Suéltala”, se dijo a sí mismo. Pero no pudo. Realmente no lo deseaba. Apretó la mandíbula. Cerró los ojos un segundo. Su mano seguía aferrada a su brazo, firme. Su respiración se volvió irregular. —No… —murmuró. Sabía que si la acercaba un poco más, si dejaba que ese impulso ganara, no habría vuelta atrás. La deseaba demasiado y eso era, precisamente, lo que lo aterraba.Con un esfuerzo algo brusco, logró aflojar los dedos. La soltó despacio. —Vete —dijo, con firmeza—. Por favor. Macarena se incorporó aún perturbada por todo lo que acababa de suceder. Le dio la espalda, mientras él la observaba queriendo pedirle que no lo
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