Cuando ella por fin logró respirar un poco mejor, separó apenas el rostro de su pecho, sin soltarse del todo.—No sé cómo voy a soportar esto… —susurró, con la voz tan apagada que Mario tuvo que inclinarse para escucharla—. Siento que todo se me vino encima de golpe.Mario deslizó una mano por su espalda, en un gesto lento, casi torpe, pero lleno de sinceridad.—Maca, sé que ahora todo parece un desastre, pero te prometo que no voy a dejar que te pase nada malo —dijo con una seguridad que intentaba sostener a pesar del temblor en sus manos—. No estás sola. No voy a permitir que te hagan daño. Te lo juro.Ella cerró los ojos con dolor, queriendo creerle.—Tú no puedes prometer eso —respondió con amarga honestidad—. Ni siquiera sabías lo que estaban haciendo conmigo. Ni tú estabas al tanto, ¿cómo voy a confiar en alguien cuando todo el mundo me ve como un objeto?Mario guardó silencio. Apretó la mandíbula, sintiéndose pequeño, inútil, lleno de rabia contra sí mismo por no haberla proteg
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