En la fastuosa sala de estar de los Radcliffe, la tensión era tan densa. Catherine, con sus enormes ojos verdes resaltados por una exagerada máscara de pestañas, observaba a su consuegra, Elizabeth. Esta última, de postura elegantemente rígida y mirada azul tan intensa como la de su hijo, recibía a su invitada con una ceja arqueada.—Y bien, Catherine —comenzó Elizabeth, con la voz pulcra y fría como el hielo—, si estás aquí es porque también quieres saber un poco más sobre mi nieto, Edward, ¿no es así?Catherine no pudo evitar dejar ver su curiosidad, asintiendo con un movimiento apenas perceptible. —No te equivocaste, Elizabeth. Desde que supe sobre ese pequeño, me llena de mucha curiosidad. Y más porque no se trata de cualquier persona, sino del hijo del marido de mi hija.Elizabeth dejó escapar un suspiro de impaciencia. —Si al menos Miranda quisiera conservar un poco su posición y cumplir su papel como esposa, debería darle un hijo a Alec. No lo intenta lo suficiente. Tiene ter
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